Se pasan la vida diciéndote que eres
diferente, que no eres parte del montón, que puedes conseguir lo que quieras si
te lo propones y te esfuerzas, pero sabes que no es así.
Sabes
que hay mucha gente y una silla: muchos se sentarán en el suelo.
Después
de un tiempo has visto a mucha gente que consigue cosas con más facilidad que
tú, que en cosas competitivas tu esfuerzo es inútil frente a otros que poseen
aptitudes natas, que da igual en esos casos tu tesón, tu esfuerzo, tu estudio o tu ánimo. No puedes.
No eres especial y te autoengañas
continuamente creyendo que puedes conseguir eso que quieres. Estamos para
sufrir; somos para sufrir.
La vida es puro sufrimiento y
engaño para hacer este sufrimiento más llevadero. Te caes mil veces al día, te
levantas con una sonrisa, intentando aparentar normalidad. Sueltas frases como:
«Lo que no me mata, me hace más fuerte», «La vida me enseña a ser fuerte». Pero
dentro de ti sabes que mañana volverá a ser igual, que solo sabrás llorar y
autoengañarte con una nueva sonrisa. Crees y te autoengañas, intentando hacer
llevadera tu sufridora vida, diciéndote que hay cosas buenas y cosas malas en
la vida, que en la vida ha de haber un poco de todo para poder apreciar lo
necesario y valioso. Pero sabes que no es así. Solo has intentado autoengañarte
con la triste mentira de que lo que sí consigues te hace feliz.
No tienes nada y quisieras
tener algo. Naces teniendo algo y quieres más. Naces siendo rico y te parece
innecesario. Amas a alguien y esa persona no te ama, entonces te embarcas en
una relación, la engañas y te autoengañas diciéndole «te quiero», cuando en
realidad intentas llenar un vacío inabarcable. Te sientes una Danaide en el
Hades sin delito. Sonríes y felicitas ante noticias que no hacen felices a
otras personas y tampoco a ti. Sabes que la vida no tiene sentido, pero
inútilmente se lo buscas. Odias la vida, pero temes la muerte, como buen
cobarde que eres. Y cada mañana, al despertar y descubrir el dolor de tu alma
ante un nuevo infierno, te autoengañas con la placébica panacea que existe
desde el principio de los tiempos de: al menos estamos vivos.
Mírate en un espejo fijamente
a los ojos y repite conmigo: «No soy especial. Mi vida no tiene sentido. Solo
sufro. Eso es la vida: un eterno absurdo de dolor.»